Naturaleza, me despierto por las mañanas y me quitas el aliento. Ya no es por
aquello que siento cuando sopla el viento, sino por aquello que vienes creando,
destruyendo y reconstruyendo desde el infinito de los tiempos; cuando siquiera
aún el viento existía.
Devuélveme el aliento! Cuando veo mi reflejo en el agua, reconozco mi raza: la
humana. Y siento que aquel efímero espejo ilumina mi día, pues reconozco ahí
mismo a toda mi genealogía. Con el pasar de los días, aún no creo que árboles
centenarios aparenten menos que mi tía y, sin embargo, cuánta sabiduría entre
rama y rama; cuántas estaciones han influido en su cambio. Gracias al calor del
verano, el invierno es un paseo por Madagascar; así también el avanzar es coser
y cantar.
Árbol de todos los saberes, ojalá esperes despierto para poder ver el resto de los
amaneceres; y así también conozcas todos los atardeceres junto a mi raza, que
forma parte del alma de la llama que alimenta las civilizaciones. No podemos
predecir el destino de la raza, pero sin dudarlo la Naturaleza seguirá en pie
haciendo camino.